El garaje de Jim Joyce huele a cigarrillos viejos y aceite de motor. Estamos a inicios del mes de diciembre, y él está en su casa jugando solitaria en su computadora portátil, que descansa sobre la mesa que también sirve como escritorio. El mal olor choca con la familiaridad que proveen dos refrigeradores, la pantalla de televisor, la Harley, el conejito y las incontables colillas de Winston Light.
Este espacio se ha convertido en un refugio obligado para el hombre cuya acción en la noche del 2 de junio -- y la reacción -- le trajo fama instantáneamente.
El árbitro Jim Joyce halló la paz en la soledad del garaje de su hogar
"Lo que antes era normal", dice Joyce, "no es normal ahora".
Hace siete meses y a unas 2.400 millas de distancia, el veterano árbitro de Grandes Ligas le costó al lanzador venezolano Armando Galarraga un juego perfecto en Detroit. Y cada día, algo le recuerda a Joyce su error devastador y las consecuencias posteriores: desde las amenazas de muerte recibidas por él y su familia y el equipo de seguridad privada que lo acompañó a todas sus giras de temporada hasta los cálidos mensajes electrónicos y las cartas guardadas por su esposa de 28 años de matrimonio, Kay.
"Yo quiero que nos acordemos", dijo Kay, mientras sus manos acarician las cubiertas plásticas de los cuadernos que guardan la correspondencia.
¿Pero qué pasa si las memorias sólo sirven para darle hincapié a lo que Joyce llama el error más grande en la historia del arbitraje? ¿Qué pasa cuando una acción no sólo nulifica los esfuerzos concentrados de toda una carrera para hacerse invisible y hacer un buen trabajo, sino que también los contradice absolutamente? ¿Qué pasa cuando tú eres Jim Joyce y tú tratas de regresar a una vida normal?"Yo todavía pienso en eso, casi todos los días", dice Joyce. "Yo no quiero ser reconocido como Jim Joyce, el tipo que dañó el juego perfecto. Pero yo creo que es inevitable".
¿Por qué?
"Porque yo soy Jim Joyce", dice, "el árbitro que dañó el juego perfecto".
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